DETRÁS DE LA NOTICIA
Estoy en el suelo. Me desangro. Ambas cosas las sé. Tres tiros de bala son los responsables de que esté llenando de sangre la moqueta de mi apartamento. Vislumbro las piernas de mis asaltantes moverse por toda la sala, entrando y saliendo de mi campo de visión. Oigo el murmullo de sus voces. Y todo eso lo sé, pero no lo comprendo.
Oigo cómo revuelven en los cajones. Oigo el golpe seco y amortiguado de algún jarrón chocando con el suelo. Escucho a uno de ellos cómo revuelve en mi ropero. El otro mientras tanto vacía cajones y armarios en la cocina. Todo eso realmente no sé si es cierto o si es mi mente recorriendo un guion. Porque este guion lo escribí yo. Al menos la trama.
Mi mundo se desquebraja y se me escapa a través de las tripas. Aunque lo justo sería decir que lleva tiempo desquebrajado. Ahora lo sé. Quizás fue con el cambio de redactor jefe de sucesos. O con el cambio de accionistas. O quizás empezó antes: no ser nunca el primer plumilla en llegar a la escena del crimen para terminar siendo siempre el último en aparecer; no conseguir nunca las mejores fotos y eso cuando conseguía alguna. Los chicos jóvenes empujaban fuerte y yo, un viejo dinosaurio de la profesión —en palabras de ese engreído del redactor jefe con su flamante, brillante y siempre impoluto título de universidad de la Ivy League colgado sobre su maldita cabeza—, sentía cada vez el nudo de la corbata más y más tenso.
Una medianoche que estaba cerrando otro estúpido artículo sobre un robo, me vino a la cabeza, como en una especie de iluminación, la que podría ser la solución a mi mala racha. Miraba la vieja foto de H. L. Mencken que corona la sala, así que podría decirse que fue una iluminación del Sabio de Baltimore, si no fuera porque este no solo se revolvería en su tumba, sino que vendría a patearme el culo de aquí al infierno. Tan íntegro pero igual de muerto. El plan era sencillo, seguro que no era ni siquiera el primero en ponerlo en práctica, porque… ¡Joder! Era tan jodidamente sencillo. ¿Por qué no hacerlo? ¿Por qué no hablar con un par de tipos de los bajos fondos, matones de poca monta dispuestos a ganar dinero fácil con pequeños golpes acordados de antemano?
Encontrar a los tipos entre los viejos contactos fue fácil, así que a los pocos días contaba con esos dos jodidos palurdos vomitados de algún pueblucho de mala muerte. Primero empezamos con pequeños robos, asaltos a mano armada, sitios con poco riesgo donde nadie saldría herido, más allá de los números de la compañía de seguros. Volvía a ser el primer reportero en llegar a la acción, el que mejores fotos conseguía, el que escribía los artículos con mayor número de detalles. Otra vez en la cresta de la ola.
La cosa iba bien, hasta que un buen día, el maldito redactor jefe, ese treintañero recién salido de su jodida universidad de prestigio, me recriminó que eso no era lo que nuestro público objetivo quería, que esos robos eran poca cosa y no llamaban la atención. Que por qué cojones los casos más jugosos –siempre algún cadáver de por medio- era siempre bien cubiertos por el reportero estrella de sucesos del New Day Rising. Le podría haber contado la verdad y yo no estaría ahora aquí, desangrándome sobre mi moqueta. Pero como dijo ese tipo del que no recuerdo su nombre: que la verdad no te joda una buena noticia.
Así que llegó el primer asesinato. ¿Por qué elegí a un dependiente de una tienda de ultramarinos y no a un yonqui o a un maldito mendigo? Portada, chico, portada. ¿Un yonqui me hubiera dado la portada y dos páginas más en el interior? ¿Las fotos del mendigo hubieran conmovido de igual forma al público? Llevo años en este negocio y os conozco un poco, eso no habría sido suficiente para llamar vuestra atención, habríais pasado de esa página izquierda sin echar un vistazo a esa pequeña nota; porque ese sería el sitio que ocuparía, conozco también muy bien a esa maldita ralea de redactores jefes.
Todo marchó de lujo por un tiempo. Siempre las mejores fotos y la mejor crónica. Hasta el día que se cargaron a aquella vieja solterona, esa que decía que estaba emparentada con la realeza inglesa, aquel día se torció. El chico estrella del New Day Rising ya estaba ahí consiguiendo las mejores instantáneas cuando llegué y fue el primero en colgar su maldita crónica en ese puto invento del demonio que es internet. Llena de detalles, bien jugosa para que le hincarais vuestros colmillos y la despedazarais frase a frase.
Un par de días después volvía a adelantarse. Ya notaba otra vez las miradas reprobatorias del redactor jefe, cuando se me ocurrió la solución para que ese cretino no me volviera a pisar una buena noticia. Escribiría la crónica antes del crimen, con todo lujo de detalles, un guion que esos dos matones tendrían que llevar a cabo paso a paso. Fueron un par de buenas semanas. Entrar con la cabeza bien alta por la puerta de la redacción demostrando a esos chupatintas de las nuevas generaciones que este viejo periodista aún podía dar mucha guerra.
Hasta que un martes por la mañana vi la portada del New Day Rising en un quiosco y fue como si un uppercut me golpease en la barbilla y me mandara directo a la lona. Toda la portada dedicada al brutal asesinato de un abogado. Leí y releí los párrafos. No podía creérmelo. Algunas palabras eran distintas, sonaba incluso más fresco y directo, pero aquella crónica era mi maldita crónica. ¿Cómo podía ser eso? ¿Qué cojones pasaba? Era incapaz de ordenar el flujo de ideas que pasaban como relámpagos delante de mis ojos. Hasta que una se materializó: había que matar a ese hijo de puta. «Periodista asesinado en su apartamento».
Tardé casi una semana en escribir la crónica perfecta. Una obra maestra de periodismo a la vieja usanza. Ese cabrón se lo merecía, un gesto de caballero ante el enemigo. Debería haberme dado cuenta de muchas cosas… Ahora ya lo comprendo todo, porque delante de mí hay un tercer tipo. Y no es otro palurdo, sino el niñato de gafas de montura de pasta que semana tras semana ha ido pisándome las noticias, el maldito periodista del New Day Rising.
No tiene muy buena pinta —dice mientras sonríe—. Pero joder, chicos, no puedo hacer las fotos si sigue vivo y tengo bastante prisa. ¿Por qué cojones no lo habéis rematado?
Y uno de los matones dice «OK, tú pagas». Y percibo sus movimientos sacando la pistola. Y en ese momento no me jode morir, lo que realmente me jode es que mi obra maestra… la crónica por la que sería recordado… que sería mostrada como ejemplo de periodismo en la mejores putas universidades del país… esa que descansa sobre la mesa del redactor jefe de sucesos… ¡Esa! Donde claramente se especifica que el periodista murió de tres disparos, no cuatro, joder, ¡no cuatro! Quedaría en papel mojado porque esa maldita rata de cloaca tiene prisa. ¡La puta obra maestra que lanzaría mi nombre a la posteridad! Porque ¿quién demonios ha escrito alguna vez la crónica de su propio asesinato? ¿Quién?