UN VIAJE POR PARTES (VII - FINAL)
Última etapa del viaje y día cosmopolita: desayuno en Francia, comida en Bélgica y cena en España.
Buscando algo que quedase de camino al aeropuerto de Charleroie, encontramos Thuin, en Bélgica.
El pueblo se encuentra enclavado sobre el río Sambre.
Y tradicionalmente, parte de sus habitantes se han dedicado a la navegación fluvial.
Antes de comer nos dió tiempo de visitar por fuera las ruinas de la Abadía de Aulne.
Donde también hacen su propia cerveza -el tour duraba como una hora y no nos daba tiempo de pararnos demasiado-.
Así que ese día comimos un par de bocatas, tirados en un trozo de césped frente al Château du Fosteau.
Mientras que a nuestras espaldas teniamos un bucólico paisaje de campos belgas.
Llegamos al aeropuerto poco después de las cuatro y a eso de las 6, el avión partió hacia Madrid y, un par de horas después, mientras leía 'El Album Negro', de Hanif Kureishi, a través de la ventanilla pude contemplar, como si de una maqueta se tratase, las torres de la Ciudad Deportiva, el Vicente Calderón, el edificio Telefónica... Y el disfrute de la vista hubiera sido completo si el giro y descenso del avión hasta el aeropuerto de Barajas no me hubiera estado machacando los oídos.
Fin, que esto se estaba eternizando.
Buscando algo que quedase de camino al aeropuerto de Charleroie, encontramos Thuin, en Bélgica.
El pueblo se encuentra enclavado sobre el río Sambre.
Y tradicionalmente, parte de sus habitantes se han dedicado a la navegación fluvial.
Antes de comer nos dió tiempo de visitar por fuera las ruinas de la Abadía de Aulne.
Donde también hacen su propia cerveza -el tour duraba como una hora y no nos daba tiempo de pararnos demasiado-.
Así que ese día comimos un par de bocatas, tirados en un trozo de césped frente al Château du Fosteau.
Mientras que a nuestras espaldas teniamos un bucólico paisaje de campos belgas.
Llegamos al aeropuerto poco después de las cuatro y a eso de las 6, el avión partió hacia Madrid y, un par de horas después, mientras leía 'El Album Negro', de Hanif Kureishi, a través de la ventanilla pude contemplar, como si de una maqueta se tratase, las torres de la Ciudad Deportiva, el Vicente Calderón, el edificio Telefónica... Y el disfrute de la vista hubiera sido completo si el giro y descenso del avión hasta el aeropuerto de Barajas no me hubiera estado machacando los oídos.
Fin, que esto se estaba eternizando.
4 Comentarios de propios y extraños:
Vives a un ritmo frenético últimamente.
Que va.
No te llevarías las cervezas a las ruinas de la Abadía, no? hereje? No respetas nada! (es coña). Eterno? yo también quiero eternizarme así...Un besico
Esta bien que el viaje sea eterno, lo que no mola que se eternice es la crónica, más que nada por mi salud mental, que se resiente con la memoria. Saudade.
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